Published on

Sin importar nada más

La vida nos impone desafíos con los que debemos lidiar todos los días. Para esto nos debatimos entre el pasado, el presente y el futuro, donde el pasado nos dice de donde venimos, lo que hemos hecho y como nos hemos preparado, nuestra imagen del futuro por otra parte nos somete a las metas no alcanzadas que deberían ser la motivación que nos despierta todos los días, pero el cuerpo está en el hoy, el que a veces no miramos con la suficiente detención.

Así es como dejamos de ver, sentir y vivir el presente como un proceso en si y en cambio lo menospreciamos como el instante que debemos pasar para poder avanzar hacia el logro de nuestras metas. A veces el presente parece ser doloroso y lo único que queremos es arrancar hacia ese futuro que hemos imaginado pero que aun no es y por lo demás totalmente incierto.

Cuantas veces hemos terminado un libro, una serie o una película en la que el final no nos gustó o que podría haber sido distinto y parece que el proceso fue una total pérdida de tiempo... cuántas veces debemos volver a mirar el camino recorrido para entender que el proceso tiene tanto o más valor que el resultado... finalmente ese resultado será un instante en el futuro que si se hace realidad y habrá pasado a penas nos hayamos dado cuenta de este, pero en cambio el desarrollo de la historia captó toda nuestra atención, despertó la curiosidad y nos tuvo atento todo el tiempo, pero erróneamente lo valoramos menos. En esto los orientales nos llevan mucha ventaja, ellos saben ponerse en el hoy, lo meditan, lo sienten, lo viven y lo hacen conscientemente.

Últimamente he pensado mucho sobre los objetivos que persigo, las experiencias que busco y las cosas que me motivan... no me ha resultado fácil entender que el proceso puede ser más valioso que el fin último, pero comienzo a verlo con algo de claridad, por ejemplo, en las salidas en bicicleta con mis amigos, es mucho más importante el trabajo en grupo, las conversaciones que hemos tenido, el compartir nuestros objetivos, problemas y alegrías, que el crono de cada segmento o si logré mi récord personal en una subida... todos logros que al final igual ocurren, si uno es metódico y dedicado.

Dicho así parece fácil verlo, pero ¿qué hay del resto de la vida común? ¿Soy capaz de “saborear” el proceso? Otro ejemplo, en mi época universitaria participaba del campeonato nacional enduro, una de mis pasiones. Estaba tan enfocado en mejorar mi rendimiento, que un día cuando llegué a mi casa devuelta de un entrenamiento, sabía de memoria cuanto me había demorado en cada vuelta que había dado, pero no tenía recuerdo alguno de la sensación que me produjo la curva de alta velocidad o la bajada super técnica que había hecho o la subida descomunal que había sorteado sin errores (“El Palacio de la risa”, se acordarán los endureros de la época)... en fin, ese día decidí dejar la competencia para siempre y seguir realizando este lindo deporte, pero saboreándolo “a concho”.

El presente tiene un valor enorme, casi siempre subvalorado pero, a quien no le gusta ponerse los audífonos con tu canción favorita, o escuchar el silencio en la tarde de verano en un cerro o en la playa, o ver a tus hijos jugar, conversar o reírse? Ese es el presente! Es importante poner los pies en la tierra y disfrutar el hoy tal como nos llegó, imperfecto, con asuntos pendientes pero ser capaz de oír nuestra respiración, los latidos del corazón en la noche y agradecer el estar vivos y lo que hemos logrado hasta ahora sin peros, sin importar nada más...